Salvar un 3 y 15, conseguir un field goal en trece segundos o darle la vuelta a una Super Bowl tras el descanso. Esta era nuestra realidad: daba igual cómo estuviera el partido, siempre se podía ganar. Y casi siempre se ganaba. Pero esta temporada nos estamos dando cuenta de algo doloroso: aquello no era lo normal, aquello eran milagros. Y los milagros, incluso teniendo en el campo al mejor jugador que ahora mismo practica este deporte, no son lo habitual.
Lo comprobamos, una vez más, en el partido del domingo cuando el drive que podría habernos puesto por delante casi al final del último cuarto terminó en intercepción (o en un grandísimo pase a Nixon, según se mire). Lo reafirmamos en la última serie del partido pensando que si el árbitro hubiera pitado ese Pass Interference podríamos haber ganado: el año pasado ese pase a MVS hubiera sido completo, incluso touchdown, y el pañuelo habría dado igual. Pero aquello eran milagros, ahora lo sabemos. Y ahora no llegan.
Somos la ofensiva 32 en puntos anotados en la segunda mitad. La última, sí, la última en una liga con ataques como el de Patriots o el de Jets, en puntos anotados en el último cuarto. Y no es casualidad: cuando el partido avanza y el contrario ajusta, el esquema no es suficiente y hace falta talento individual. Mahomes hace lo que puede, pero en los momentos clave, cuando antes llegaban esos pases milagrosos, ya no hay nadie para recibirlos.
Lo peor de la derrota del domingo no fue solo perder, fue darnos cuenta, si es que no lo habíamos hecho ya, de que los equipos ya no necesitan hacer un partido perfecto para ganarnos. Green Bay solo tuvo que jugar bien. Defendió mejor, pasó mejor, tuvo menos errores y aprovechó mejor sus oportunidades. Nada espectacular, solo lo que hace un equipo normal para ganar a otro equipo normal. A un equipo que ha pasado de normalizar el milagro a ser normal.