Empecemos por las disculpas:
Disclaimer 1: Es muy probable que este “artículo” sea de esos que envejecen muy mal y muy pronto, guardadlo para echármelo en cara en cuanto opine lo contrario.
Disclaimer 2: Esto es una opinión personal, intransferible y, con toda probabilidad, errónea.
Una conversación más o menos recurrente que hay en mis diferentes grupos de amigos cuando hablamos sobre deportes es sobre si jugar una final (y perderla) es algo bueno o malo.
Yo tengo una premisa clara, el segundo es el primero de los perdedores, sobre todo en torneos eliminatorios. No hay más que ver como se celebra cien veces más una medalla de bronce que una de plata.
En contra de la mayoría (al menos de mis amigos) yo pienso que hay pocas cosas peores que jugar una final y no ganarla. Es cierto que jugar una final es algo bonito, emocionante, digno de ser recordado y que pone los sentimientos positivos a flor de piel… pero sólo hasta que la pierdes, luego se convierte en un martirio, una tortura a recordar, una losa para futuras finales venideras (si es que llegan)
Para mi desgracia soy lo bastante mayor (no me gusta decir viejo) para haber visto a todos mis equipos favoritos jugar una final y perderla (con la única excepción hasta el momento de los Kansas City Chiefs) y es una sensación muy desagradable, siempre he dicho y mantenido que, a toro pasado, era mejor haber sido eliminado en rondas anteriores.
La semana (o semanas previas a la final) las emociones están a flor de piel, te imaginas 100 veces al día el partido, que lo ganas, como lo vas a celebrar, la emoción que ello supone y también te imaginas que pasará si pierdes, aunque esos sentimientos (ambos) nunca son tan intensos como realmente acaban siendo tras acabar de jugarse la final.
Perder una final es jodido, es duro y tratas de consolarte con los tópicos “ha sido una gran temporada”, “no se puede pedir más”, “hay mimbres para que el equipo repita y el año que viene será distinto”… pero la realidad es muy tozuda y por mucho que vendamos que “tal competición le debe un título a tal equipo” esto no es así, nada debe a nadie, tuviste una oportunidad y no la aprovechaste, fin de la historia. Como decía siempre mi ex jefe “no es lo mismo estar a punto de follar, que follar realmente, es que ni se parecen”
Cierto es que en ocasiones si que se repite la final al año siguiente (o en los cercanos) y la ganas, como les pasó a mis Kansas City Royals, pero también es muy frecuente que la vuelvas a jugar y la pierdas de nuevo con lo cual el palo es doble, como le pasó a mi Real Sporting de Gijón en la Copa del Rey (cuando todavía éramos un equipo decente) y más frecuente aún es que no vuelvas a pisar una final en un buen trecho de tiempo, como les está pasando a mis New York Rangers.
Por eso pienso que perder una final es lo más duro que hay, es el remar para morir en la orilla y que es menos doloroso caer eliminado antes. Pero claro, para ganar una final hay que jugarla y sucede que cuando juegas una final, puedes perderla; pero el resumen es que si no la ganas no hay ningún tipo de consuelo en haberla jugado, más bien al contrario. Por eso el deporte nos gusta tanto, porque es muy bonito, porque es muy cruel.
Siempre recuerdo unas declaraciones del gran Alfredo Di Stéfano, a raíz de un partido que el Real Madrid había dominado en juego y ocasiones pero no había ganado, en las que dijo una frase lapidaria “Las ocasiones no hay que tenerlas, hay que meterlas”, así que ya sabéis amigos, “Las finales no hay que jugarlas, hay que ganarlas”